En el fútbol profesional, al igual que
en el resto de deportes tanto colectivos como individuales, no basta con tener facultades
técnicas, conocimientos tácticos y estar bien preparados físicamente. Tanto o
más importante que todos estos aspectos es saber competir.
En
deportes colectivos quien
hace la guerra por su cuenta está condenado al fracaso y, lo que es peor, puede
llevar consigo a su equipo. Cada uno debe aportar lo mejor de
sí mismo en beneficio propio y del equipo. Y es que ser competitivo es sinónimo
de creer en uno mismo y, por consiguiente, en la victoria.
Tanto
o más importante como tener una técnica más o menos depurada, estar bien
preparado físicamente y trabajar tácticamente, un futbolista debe ser lo
suficientemente competitivo como para sobreponerse a las adversidades,
mantenerse en su mejor nivel y, una vez ahí, nunca dejarse llevar por la
relajación.
La
mentalidad competitiva puede sustituir carencias técnicas, físicas o tácticas,
aunque lo ideal es aunar todas éstas. Ganador
nato dejas de serlo el día que pierdes. Sin embargo,
competitivo se puede ser siempre, la mejor garantía de que si no se gana no
será porque no se quiere, sino porque sencillamente el rival ha sido mejor.
Un equipo unido es un equipo más fuerte a la hora de
competir que
otro que no pase de ser un grupo poco cohesionado. No obstante, para estar
entre los mejores no basta con ser un auténtico equipo. Hace falta algo más. El
equipo ha de ser capaz de superar las dificultades o las adversidades. El
equipo ha de ser fuerte desde el punto de vista emocional.
Rendir de forma óptima en las situaciones más exigentes
está al alcance de unos pocos. Los individuos y los equipos han de prepararse para afrontar
y superar las dificultades. Han de aprender a navegar en el mar de la exigencia
y la dificultad. Han de saber competir.
Rendir
de forma óptima en cualquier tipo de circunstancia, también en las de mayor
exigencia, tiene que ver con saber competir, o con disponer de recursos emocionales para
afrontar y resolver con eficacia dichas situaciones.
El
sentimiento de cohesión interna hace más fuertes a los equipos cuando compiten
contra otros. Trabajar
como un auténtico equipo ofrece una clara ventaja respecto
a aquellos equipos que no pasan de ser un simple grupo de futbolistas, de mayor
o menor calidad o talento deportivo, dirigidos por un entrenador.
No
obstante, en algunas ocasiones se requiere de algo más que trabajar en equipo o
sentirse cohesionados. Ante las dificultades y la exigencia máxima además de trabajar unidos hay que ser
fuertes. Fuertes, emocionalmente hablando, para superar las
dificultades que entraña la competición y que plantea el equipo rival.
Sentimos como pensamos y pensamos como sentimos. Las acciones son el resultado de cómo
pensamos y de cómo sentimos, de forma que podemos afirmar que nuestras
emociones son el motor de nuestra conducta.
Cada
situación es percibida por parte de cada futbolista de forma diferente. Cada
persona percibe e interpreta las situaciones de forma diferente, según su
estilo cognitivo o forma de pensar. Las personas tienen diferentes estilos
cognitivos o diferentes formas de procesar la información, diferentes formas de
pensar. Un mismo
hecho es interpretado de diferente manera por diferentes personas.
Ante
una situación que se procesa como amenazante se tiende a activar pensamientos
perturbadores, que hacen dudar de los propios recursos para hacerle frente,
llegando a anticipar las posibles dificultades o problemas que puedan surgir, e
impiden centrar la atención en la ejecución.
Los
pensamientos perturbadores activan respuestas emocionales negativas (ansiedad,
temor, enfado, desánimo, etc).
Lógicamente,
en un estado
emocional negativo las acciones pierden eficacia, suelen
ser torpes, con lo que disminuye el rendimiento. Uno mismo se aleja de su
rendimiento óptimo.
Actuar
de forma poco eficaz refuerza la sensación de que uno está siendo superado por
la situación y de que no tiene recursos para resolverla. Lo que a su vez
predispone una actitud y respuestas negativas ante situaciones similares
posteriores. Los
errores y las derrotas suelen traer más errores y más derrotas.
Sucede
todo lo contrario cuando al percibir la situación se piensa que existen recursos
para afrontarla y resolverla con eficacia. Este tipo de expectativas generan
estados emocionales positivos, los cuales contribuyen a optimizar las acciones.
Entonces se pone en marcha una espiral de confianza. Los aciertos y las victorias van
seguidas de más éxitos.
El
futbolista también ha de saber manejar sus estados emocionales para aislarse de
las circunstancias que le envuelven a nivel personal y deportivo, generándose,
él mismo, el estado ideal de rendimiento que le lleva a rendir de forma óptima.
Ha de calentar
mentalmente antes del inicio de los partidos para situarse
en el estado ideal de rendimiento y ha de mantenerlo durante el mismo,
independientemente de las circunstancias que acontezcan en él.
El
entrenador a través de su liderazgo puede favorecer el clima ideal de
rendimiento en el vestuario, por el que el futbolista y el equipo se sientan
empujados a dar lo
mejor de sí mismos y les resulte fácil rendir de forma
óptima.
Los
futbolistas saben lo que es el estado ideal de rendimiento, conocen estas
sensaciones porque las han experimentado en alguna ocasión. Ellos describen
estas sensaciones como “tener confianza”, “estar en un momento dulce”,
“sentirse a tope”, … Lo han experimentado cuando las circunstancias han
ayudado.
Sin
embargo, es un estado emocional que no manejan consciente y voluntariamente. Cuando surgen las dificultades, cuando
la competición se torna más exigente, resulta difícil mantener dicho estado
emocional. Lo interesante es que el futbolista organice
conscientemente sus respuestas emocionales, de forma que durante los
entrenamientos y los partidos las ajuste poniéndolas al servicio de la
competición y pueda rendir de forma óptima. El entrenador también puede
favorecer el clima ideal de rendimiento. Ambos tienen en sus manos la
posibilidad de optimizar los procesos emocionales que ayudan a competir.
Saber competir es la clave que diferencia a los buenos de
los mejores. Saber competir marca la diferencia entre los buenos y los mejores.
Se
puede hablar de saber competir cuando se es capaz de rendir de forma óptima en
la situación más exigente en la dificultad máxima. Saber competir se concreta en la
existencia de unos recursos o habilidades psicológicas que ayudan a superar las
dificultades, que hacen estable el rendimiento óptimo.
Cada
partido, cada instante de cada partido, ha de ser encarado y resuelto por el
futbolista y el equipo desde el estado ideal de rendimiento. El futbolista ha
de aprender a organizar su estado emocional de forma que lo libere de cualquier
circunstancia externa o interna que pudiera bloquear su comportamiento
deportivo y emocional sobre el terreno de juego, y le permita rendir de forma
óptima. El entrenador ha de introducir al futbolista y al equipo en un clima
ideal de rendimiento, por el que se vea metido en la inercia de rendir de forma
óptima.
Cada
partido es procesado o percibido por el futbolista y el equipo de forma
diferente, según las circunstancias que concurren en él. La responsabilidad que
acompaña al partido, el grado de dificultad que plantea el equipo rival, las
consecuencias que se pueden derivar del posible resultado, los resultados
anteriores obtenidos por el equipo, … son circunstancias que hacen que cada
partido sea diferente. La interpretación a priori que el futbolista y el equipo
hacen de cada partido determina sus emociones en el mismo. Cada partido puede
desencadenar respuestas emocionales distintas. Y, además, estas emociones son
cambiantes a medida que transcurre el desarrollo del partido. De hecho el juego
también es un estado de ánimo colectivo que evoluciona según los sucesos que
van aconteciendo durante el partido.
La
preparación emocional o psicológica debe ayudar a que el futbolista y el equipo
sean capaces de situarse en el estado ideal de rendimiento y permanecer en él
durante el transcurso del partido, independientemente de los acontecimientos
que puedan ir precipitándose durante el mismo. Por tanto, cada partido hay que
trabajarlo desde la misma actitud aunque para llegar a ella se requieran
estrategias diferentes.
Enseñar a competir se traduce en potenciar las
habilidades psicológicas específicas que exige la competición al más alto
nivel. Se
trata de habilidades que tienen que ver con el autocontrol emocional, y que
optimizan el rendimiento.
Actitud (ideas y valores específicos para saber
competir).
Inteligente, Atrevido, pidiendo el balón, buscando el enfrentamiento, con
mentalidad de trabajador más que de crack, perseverante, fuerte, sin que afecte
la dificultad, incansable, decidido, sin dudas, directo, haciendo un trabajo
colectivo.
El entrenamiento ha de ser realmente exigente a nivel
emocional.
Ha de suponer un auténtico esfuerzo mental y emocional para los futbolistas, de
forma que se vayan preparando para el tipo de esfuerzo psicológico que requiere
la competición.
La
conocida máxima de hay
que entrenar como se compite sea totalmente cierta.
La actitud más inteligente por parte del futbolista, además de aprovechar al máximo los
entrenamientos, trata
de entrenar los recursos emocionales también en las situaciones
de la vida cotidiana. Cualquier actividad que ha de ser realizada en una
situación de dificultad, de exigencia, de responsabilidad, exige la
disponibilidad de recursos emocionales similares a los que exige la competición
deportiva.
Pocos son los privilegiados a los que la competición más
exigente les estimula y les hace superarse alcanzando su mejor rendimiento.
Este pequeño grupo de privilegiados son excelentes competidores. Compiten de forma natural, aportando
lo mejor de sí mismos, sin dejarse intimidar por circunstancia alguna.
El
temor a fallar, el exceso de responsabilidad, la necesidad de obtener
resultados, las dudas sobre el propio rendimiento y el del equipo, el exceso de
información por parte del entrenador, anticipar posibles dificultades, jugar
fuera de la demarcación habitual, … son algunas circunstancias que generan
tensión, dificultan el equilibrio psíquico, e impiden fluir o hacer de la
acción de jugar una experiencia óptima.
Las
actuaciones brillantes suelen estar acompañadas de ciertas sensaciones o
emociones. Identificarlas es un requisito necesario para controlar el nivel de
activación. Para aumentar el conocimiento del nivel óptimo de activación se
recomienda el siguiente proceso:
1)
Retroceder mentalmente hasta aquel partido en que se dio la mejor ejecución que
se recuerde.
2)
Intentar visualizar dicho partido, centrándose en cómo se sentía y qué pensaba
a lo largo del mismo.
3)
Retroceder mentalmente hasta aquel partido en que se dio la peor ejecución que
recuerde.
4)
Intentar visualizar dicho partido, centrándose cómo se sentía y en qué pensaba
a lo largo del mismo.
5)
Comparar las sensaciones, pensamientos y emociones de ambas situaciones,
centrándose especialmente en el clima emocional, el nivel de energía o activación.
Conocer
con realismo las propias cualidades hace más fuerte ante la dificultad y la
exigencia; identificar los aspectos a mejorar es la clave para aprender,
progresar y crecer a nivel personal y profesional.
No hay comentarios:
Publicar un comentario