JUANJO RUBIO CON JORGE PEREZ

JUANJO RUBIO CON JORGE PEREZ
ENTREGA DEL TITULO DIRECTOR DEPORTIVO

domingo, 15 de febrero de 2015

SABER COMPETIR EN EL FÚTBOL


En el fútbol profesional, al igual que en el resto de deportes tanto colectivos como individuales, no basta con tener facultades técnicas, conocimientos tácticos y estar bien preparados físicamente. Tanto o más importante que todos estos aspectos es saber competir.

 En deportes colectivos quien hace la guerra por su cuenta está condenado al fracaso y, lo que es peor, puede llevar consigo a su equipo. Cada uno debe aportar lo mejor de sí mismo en beneficio propio y del equipo. Y es que ser competitivo es sinónimo de creer en uno mismo y, por consiguiente, en la victoria.

Tanto o más importante como tener una técnica más o menos depurada, estar bien preparado físicamente y trabajar tácticamente, un futbolista debe ser lo suficientemente competitivo como para sobreponerse a las adversidades, mantenerse en su mejor nivel y, una vez ahí, nunca dejarse llevar por la relajación.

 La mentalidad competitiva puede sustituir carencias técnicas, físicas o tácticas, aunque lo ideal es aunar todas éstas. Ganador nato dejas de serlo el día que pierdes. Sin embargo, competitivo se puede ser siempre, la mejor garantía de que si no se gana no será porque no se quiere, sino porque sencillamente el rival ha sido mejor.


 Un equipo unido es un equipo más fuerte a la hora de competir que otro que no pase de ser un grupo poco cohesionado. No obstante, para estar entre los mejores no basta con ser un auténtico equipo. Hace falta algo más. El equipo ha de ser capaz de superar las dificultades o las adversidades. El equipo ha de ser fuerte desde el punto de vista emocional.

 Rendir de forma óptima en las situaciones más exigentes está al alcance de unos pocos. Los individuos y los equipos han de prepararse para afrontar y superar las dificultades. Han de aprender a navegar en el mar de la exigencia y la dificultad. Han de saber competir.

 Rendir de forma óptima en cualquier tipo de circunstancia, también en las de mayor exigencia, tiene que ver con saber competir, o con disponer de recursos emocionales para afrontar y resolver con eficacia dichas situaciones.

 
El sentimiento de cohesión interna hace más fuertes a los equipos cuando compiten contra otros. Trabajar como un auténtico equipo ofrece una clara ventaja respecto a aquellos equipos que no pasan de ser un simple grupo de futbolistas, de mayor o menor calidad o talento deportivo, dirigidos por un entrenador.

No obstante, en algunas ocasiones se requiere de algo más que trabajar en equipo o sentirse cohesionados. Ante las dificultades y la exigencia máxima además de trabajar unidos hay que ser fuertes. Fuertes, emocionalmente hablando, para superar las dificultades que entraña la competición y que plantea el equipo rival.

 Sentimos como pensamos y pensamos como sentimos. Las acciones son el resultado de cómo pensamos y de cómo sentimos, de forma que podemos afirmar que nuestras emociones son el motor de nuestra conducta.

 Cada situación es percibida por parte de cada futbolista de forma diferente. Cada persona percibe e interpreta las situaciones de forma diferente, según su estilo cognitivo o forma de pensar. Las personas tienen diferentes estilos cognitivos o diferentes formas de procesar la información, diferentes formas de pensar. Un mismo hecho es interpretado de diferente manera por diferentes personas.

 Ante una situación que se procesa como amenazante se tiende a activar pensamientos perturbadores, que hacen dudar de los propios recursos para hacerle frente, llegando a anticipar las posibles dificultades o problemas que puedan surgir, e impiden centrar la atención en la ejecución.

 Los pensamientos perturbadores activan respuestas emocionales negativas (ansiedad, temor, enfado, desánimo, etc).

 Lógicamente, en un estado emocional negativo las acciones pierden eficacia, suelen ser torpes, con lo que disminuye el rendimiento. Uno mismo se aleja de su rendimiento óptimo.

 Actuar de forma poco eficaz refuerza la sensación de que uno está siendo superado por la situación y de que no tiene recursos para resolverla. Lo que a su vez predispone una actitud y respuestas negativas ante situaciones similares posteriores. Los errores y las derrotas suelen traer más errores y más derrotas.

 Sucede todo lo contrario cuando al percibir la situación se piensa que existen recursos para afrontarla y resolverla con eficacia. Este tipo de expectativas generan estados emocionales positivos, los cuales contribuyen a optimizar las acciones. Entonces se pone en marcha una espiral de confianza. Los aciertos y las victorias van seguidas de más éxitos.

 El futbolista también ha de saber manejar sus estados emocionales para aislarse de las circunstancias que le envuelven a nivel personal y deportivo, generándose, él mismo, el estado ideal de rendimiento que le lleva a rendir de forma óptima. Ha de calentar mentalmente antes del inicio de los partidos para situarse en el estado ideal de rendimiento y ha de mantenerlo durante el mismo, independientemente de las circunstancias que acontezcan en él.

 El entrenador a través de su liderazgo puede favorecer el clima ideal de rendimiento en el vestuario, por el que el futbolista y el equipo se sientan empujados a dar lo mejor de sí mismos y les resulte fácil rendir de forma óptima.

 Los futbolistas saben lo que es el estado ideal de rendimiento, conocen estas sensaciones porque las han experimentado en alguna ocasión. Ellos describen estas sensaciones como “tener confianza”, “estar en un momento dulce”, “sentirse a tope”, … Lo han experimentado cuando las circunstancias han ayudado.

 Sin embargo, es un estado emocional que no manejan consciente y voluntariamente. Cuando surgen las dificultades, cuando la competición se torna más exigente, resulta difícil mantener dicho estado emocional. Lo interesante es que el futbolista organice conscientemente sus respuestas emocionales, de forma que durante los entrenamientos y los partidos las ajuste poniéndolas al servicio de la competición y pueda rendir de forma óptima. El entrenador también puede favorecer el clima ideal de rendimiento. Ambos tienen en sus manos la posibilidad de optimizar los procesos emocionales que ayudan a competir.

 Saber competir es la clave que diferencia a los buenos de los mejores. Saber competir marca la diferencia entre los buenos y los mejores.

 Se puede hablar de saber competir cuando se es capaz de rendir de forma óptima en la situación más exigente en la dificultad máxima. Saber competir se concreta en la existencia de unos recursos o habilidades psicológicas que ayudan a superar las dificultades, que hacen estable el rendimiento óptimo.

 Cada partido, cada instante de cada partido, ha de ser encarado y resuelto por el futbolista y el equipo desde el estado ideal de rendimiento. El futbolista ha de aprender a organizar su estado emocional de forma que lo libere de cualquier circunstancia externa o interna que pudiera bloquear su comportamiento deportivo y emocional sobre el terreno de juego, y le permita rendir de forma óptima. El entrenador ha de introducir al futbolista y al equipo en un clima ideal de rendimiento, por el que se vea metido en la inercia de rendir de forma óptima.

 Cada partido es procesado o percibido por el futbolista y el equipo de forma diferente, según las circunstancias que concurren en él. La responsabilidad que acompaña al partido, el grado de dificultad que plantea el equipo rival, las consecuencias que se pueden derivar del posible resultado, los resultados anteriores obtenidos por el equipo, … son circunstancias que hacen que cada partido sea diferente. La interpretación a priori que el futbolista y el equipo hacen de cada partido determina sus emociones en el mismo. Cada partido puede desencadenar respuestas emocionales distintas. Y, además, estas emociones son cambiantes a medida que transcurre el desarrollo del partido. De hecho el juego también es un estado de ánimo colectivo que evoluciona según los sucesos que van aconteciendo durante el partido.

 La preparación emocional o psicológica debe ayudar a que el futbolista y el equipo sean capaces de situarse en el estado ideal de rendimiento y permanecer en él durante el transcurso del partido, independientemente de los acontecimientos que puedan ir precipitándose durante el mismo. Por tanto, cada partido hay que trabajarlo desde la misma actitud aunque para llegar a ella se requieran estrategias diferentes.

 Enseñar a competir se traduce en potenciar las habilidades psicológicas específicas que exige la competición al más alto nivel. Se trata de habilidades que tienen que ver con el autocontrol emocional, y que optimizan el rendimiento.

 Actitud (ideas y valores específicos para saber competir). Inteligente, Atrevido, pidiendo el balón, buscando el enfrentamiento, con mentalidad de trabajador más que de crack, perseverante, fuerte, sin que afecte la dificultad, incansable, decidido, sin dudas, directo, haciendo un trabajo colectivo.

 El entrenamiento ha de ser realmente exigente a nivel emocional. Ha de suponer un auténtico esfuerzo mental y emocional para los futbolistas, de forma que se vayan preparando para el tipo de esfuerzo psicológico que requiere la competición.

 La conocida máxima de hay que entrenar como se compite sea totalmente cierta.

 La actitud más inteligente por parte del futbolista, además de aprovechar al máximo los entrenamientos, trata de entrenar los recursos emocionales también en las situaciones de la vida cotidiana. Cualquier actividad que ha de ser realizada en una situación de dificultad, de exigencia, de responsabilidad, exige la disponibilidad de recursos emocionales similares a los que exige la competición deportiva.

 Pocos son los privilegiados a los que la competición más exigente les estimula y les hace superarse alcanzando su mejor rendimiento. Este pequeño grupo de privilegiados son excelentes competidores. Compiten de forma natural, aportando lo mejor de sí mismos, sin dejarse intimidar por circunstancia alguna.

 El temor a fallar, el exceso de responsabilidad, la necesidad de obtener resultados, las dudas sobre el propio rendimiento y el del equipo, el exceso de información por parte del entrenador, anticipar posibles dificultades, jugar fuera de la demarcación habitual, … son algunas circunstancias que generan tensión, dificultan el equilibrio psíquico, e impiden fluir o hacer de la acción de jugar una experiencia óptima.

 Las actuaciones brillantes suelen estar acompañadas de ciertas sensaciones o emociones. Identificarlas es un requisito necesario para controlar el nivel de activación. Para aumentar el conocimiento del nivel óptimo de activación se recomienda el siguiente proceso:

1) Retroceder mentalmente hasta aquel partido en que se dio la mejor ejecución que se recuerde.

2) Intentar visualizar dicho partido, centrándose en cómo se sentía y qué pensaba a lo largo del mismo.

3) Retroceder mentalmente hasta aquel partido en que se dio la peor ejecución que recuerde.

4) Intentar visualizar dicho partido, centrándose cómo se sentía y en qué pensaba a lo largo del mismo.

5) Comparar las sensaciones, pensamientos y emociones de ambas situaciones, centrándose especialmente en el clima emocional, el nivel de energía o activación.

Conocer con realismo las propias cualidades hace más fuerte ante la dificultad y la exigencia; identificar los aspectos a mejorar es la clave para aprender, progresar y crecer a nivel personal y profesional.

 

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